Había una vez un capitán, un caudillo que cabalgaba solo por las llanuras de la pampa. Héroe de muchas batallas, líder de las masas más olvidadas, hombre orgulloso de sus muchas mujeres, ahora se encontraba solo, muy solo, ya traicionado y abandonado. Refugiado en su memoria, rememoraba aquellos momentos en que dirigía soldados independentistas, al gauchaje rebelde y a los más feroces indios en gestas libertadoras del poderoso imperio. Épocas de gloria donde era respetado por todos los hombres y admirado por muchas mujeres presurosas de sus atenciones y mil formas de poder amanecer en sus brazos.
Pero la gloria se acaba, apeado ya del caballo y sentado bajo un árbol añejo pensó en lo fuerte y dispuesto que aún se encontraba pero sin la más mínima compañía. Entonces decidido, con su mano empuñando su lanza vencedora, comenzó a agitarla rítmica y vigorosamente mientras se repetía una y otra vez: "nada podemos esperar si no es de nosotros mismos... nada podemos esperar si no es de nosotros mismos..."
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